lunes, 8 de diciembre de 2008

VISPERAS DE LOS DIAS INOLVIDABLES.

Gente divina, un vals. No puede ser otra cosa la vida, un vals.
La suerte; tu nombre. Nuestros nombres.

Profundo verde nos abraza, los bichitos se nos meten con cosquillas y va el cielo seducido por el sol.
Y nosotros también un poco.

Percudimos en la puesta:
Los parpados angustiados de tanto cartel. Los oídos angustiados de tanto motor, la piel ennegrecida de tanta grasa.

Nocturnas en sol, se adivinan nuestras voces carcajeando.
Muscular, nuestra alegría. Platónica, nuestra cosmogonía.
Abstraídas, nuestras mentes. Ocultos, nuestros temores.

Inolvidables, nuestros días.

DES POSEE

Nunca el presente es como uno se lo futurizó.
Nunca el pasado es lo que fue.
Y nunca el futuro es lo que significa

Cuanto tenia lo dejé caer de mi carro, para que los vagamundos lo encontrasen.
Cuanto tenia lo deje ir; una mujer, madre de mi hijo, sobre un alazán dorado que amansé de potrillo.
Cuanto tenia lo deje atrás.
Atrás, tiempo y distancia.
Cuanto tenia lo abandoné,
para tener pasado e inventar futuro.

Dejé sin respuestas todo lo que me perteneció.
Me adherí al destino.
Hundí mis promesas.
Liberé cuanto tenía.
Igual me descubrieron

ENSAYITO DEL MIEDO.

¿Mi temor, mi mentor, mi hacedor?
No saber como puedo reaccionar.
No quiero asustarlos ni intimidarlos, al contrario.
Pero no saber como puedo reaccionar me contiene, me descompone, me revuelve los órganos. Y saber que una sensación así nunca la tuve con otra experiencia, es suficiente para comprender que cualquier forma en mi se puede revelar como un monstruo; incrementando sus fuerzas, alimentándose cada vez con mas fagocitista excitación del mal que genera el mundo, continuamente.

El mal se cocina como una comida gourmet en una olla popular inagotable. Y aquel producto nos aviva como aire a las cenizas de un fuego

¿Qué tenemos entonces adentro, además de lo que sabemos que no tenemos?

Un engendro. Transformándose incubo, alterándose, desmenuzándose, reciclándose con continuo grito de nacimiento. Y solo su existencia ya es destructiva.

Yo solo se que el pensar en mi temor, es reconocer a otro adentro, que desconozco como puede reaccionar ante circunstancias que también, lamentablemente ignoro.

Ensayo esto para ser consiente que no estoy solo, sino que aún, abandonado en una isla desierta, estoy solo conmigo mismo.

¿Mi temor? Mi mentor, mi hacedor.

Soy el monstruo, el animal, la bestia. Le tengo terror a la otra parte de mí, el hombre.

ENSAYITO DE LA VISUALIZACIÓN.

Visualiza la cuestión.

Hoy te esfumas, mañana ya no vendrás con la bolsita del mercado. Olvidarás con levedad la suciedad del mantel que tanto te distrae a la hora de cenar. Olvidarás las monedas de cinco centavos que se escabullen por los bolsillos agujereados.
Visualiza la cuestión.
No deberás prometer mas nada a nadie. El mar vendrá con su lengua constante a lavarte los pies descalzos. Visualiza. Arroja los zapatos.
La cuestión es no avejentarse entre las paredes como una planta desprotegida, como una polilla encarcelada entre los vidrios de un farol.
La cuestión vendría a ser la forma de evitar ahogarnos de ruido, inundarnos de pozos, alienarnos de culpa, perdonarnos de fe, sucumbirnos en la cópula desanimada, abecedar las costras del alma. La cuestión es visualizar, enfocar.

jueves, 13 de noviembre de 2008

CUANTITATIVOS

¿Hace cuanto que no lloras?

¿Hace cuanto que no te miras al espejo?

¿Hace cuanto que no te emocionas con nada?
¿Hace cuanto que no te vistes con aquel fucking vestido que te hace sonreír las putas poquitas veces que te miras al espejo?

¿Hace cuanto que no te emborrachas, que no juegas a las escondidas?

¿Hace cuanto que no te raspas los codos, que no andas en bicicleta, que no tiras las piedras?

¿Hace cuanto que disimulas, que escondes tu rostro cuando te avergüenzas, que escupes a escondidas en un rincón del fucking mundo, tu fucking felicidad, como si fuera un puto pecado llevarla encima?
¿Hace cuanto que no gritas eufórica?

¿Hace cuanto que no oyes tu nombre salir de tu boca?

¿Hace cuanto que no cantas la maldita canción que ya has olvidado?

¿Hace cuanto que no follas? ¿Hace cuanto que no te acaricias los ojos?
¿Hace cuanto que no recuerdas cuando nos vimos y te explique que te amaba?
¿Hace cuanto olvidaste estas preguntas en el fondo de un cajón?

¿Hace cuanto que no respondes a tu nombre? ¿Hace cuanto que te llamo?

Plegaria ínfima (e interrogativa)

A quien podemos pedir que nos inspire.

Quién donará un gramo de candor, un puñado de letras que se me hagan irreversibles en

la piel, en la lengua y en las manos.

Quien poseerá la humildad de rescatarnos con un soldadito de plomo en el bolsillo y una

flor en la solapa del saco.

Quién se nos presentará con feminismo, con amasculismo para divertirnos como si fuera

un personaje de historieta cómica. Quien tendrá tal decencia.

Quién nos podrá obligar con diplomacia y sabiduría a decir algo decente.

Quien nos cambiara la mirada con solo frotar sus manos. Quien me acariciará el cabello

provocándome escalofríos eléctricos por todo el cuerpo.

No hay nada de que hablar.

Ni de ese que no aparece podemos inventar algo.

Es la hora en la que el escritor deja de ser escritor, se pierde en su talento, en su oficio.

No se reconoce y siente que nunca podrá volver a hacerlo.

TRANSFOCO

Sé que si apago la luz te transportarás hasta aquí.
Es que mi cuerpo te llama. No yo. Él te exige.

Sé. Feacientemente sé; luego de explorar mil noches apagadas.

Pero te has hecho fuerte. Ahora logras atravesar la luz.

Sé. Entonces. Feacientemente sé.
Luego de explorar las mismas mil noches encendidas.

Que con apagar y encender una lamparita no podré desvanecerte.

FUGADAS PALABRAS

Las palabras llegan agitadas, mirando hacia atrás, aterradas por el paso troncazo del tiempo que les viene persiguiendo el rastro desde el primer dialecto hablado.

Se arrojan, inmolándose, al cavernáculo vascular, como emigrando de ilegal hacia los transformismos y las decadencias de un miserable poeta, que mal que mal, las seguirá manteniendo vivas.

VISPERAS DE LOS DIAS INOLVIDABLES

Gente divina, un vals. No puede ser otra cosa la vida, un vals.
La suerte; tu nombre. Nuestros nombres.

Profundo verde nos abraza, los bichitos se nos meten con cosquillas y va el cielo seducido por el sol.
Y nosotros también un poco.

Percudimos en la puesta:
Los parpados angustiados de tanto cartel. Los oídos angustiados de tanto motor, la piel ennegrecida de tanta grasa.

Nocturnas en sol, se adivinan nuestras voces carcajeando.
Muscular, nuestra alegría. Platónica, nuestra cosmogonía.
Abstraídas, nuestras mentes. Ocultos, nuestros temores.

Inolvidables, nuestros días.

NUNCA JAMAS

Y recuerda; los hombres detectan tan inconscientemente todo que creen que el amor es un sueño y que la destrucción de sus propias manos es su peor pesadilla.
Y recuerda; las cosas están en su preciso lugar.
Y un ajedrez puede ser el mundo.
Una estratagema, el amor.
Pero nunca, nunca jamás, un misterio el hombre, sino sus frutos.
Y nunca, nunca jamás, un golpe el abrazo, sino sus consecuencias.
Y nunca, nunca, un beso una flor, sino su quietud.
Y recuerda. Recuerda que hay que inolvidar.

jueves, 16 de octubre de 2008

I

La perla muere en el río.

La ciruela en el cartón.


Hubieses visto tu rostro.

Una cucharada de lodo.
Un escupitajo de hígado y veneno.

II

Mi lapicera no podrá decidirte, ni el teclado. Ni en la pantalla yacerás muerta ni en mi cuaderno.
Ni mis manos podrán quebrantarte ni mi voz. Ni mis ojos copados de furia. Ni mi mente.
Ni en una cifra telefónica estarás.
Y sé muy bien que no estarás.

III

Tu solita te irás apagando en mi cuerpo como una plantita sin alimento.

Y entonces, escribir de ti será imposible, como si quisiera hacerlo arriba de un colectivo que retuerce sus ruedas por las calles intransitables de la ciudad de Moreno.


IV

Te llevo al teclado. Que las letras hagan su trabajo.
Te amo en el teclado. Que las letras te seduzcan, que se te metan por todos lados.
Te odio en el teclado. Que las letras te peguen duro, y que no sangres tú, que sangren ellas.
Te invito al teclado,
habrá una masacre.

MONOPREGUNTISMO

¿Qué se debe haber preguntado el último mono que dejó de ser mono para empezar a ser hombre, cuando aquella mañana el espejo mostraba secuelas de evolución?

OTOÑO DE PRONTO

Tenía el calzoncillo manchado de sueños cuando despertó. Creyó que el sexo nunca volvería a ser el mismo.
Tenía el calzoncillo manchado de pesadillas cuando despertó. Creyó que el miedo nunca volvería a ser el mismo.
Otoño de pronto. La primavera de los enamorados da asco.
La primavera de los enamorados se aprovecha de mí.

Otoño de pronto. Vos.

lunes, 6 de octubre de 2008

UN SOPLIDO DE BAGDAD

Imagina Bagdad
Es lamentable. Lo único que queda de un pueblo destrozado es imaginarlo. Es lamentable.

Imagina lo demás. Todo lo demás. Emplea un teorema de imágenes caóticas en tu cabeza. Búscalas. Están.

Imagíname a mi y a ti. Imagínanos de nuevo por el solo hecho de divagar en la tristeza. Revolver el estofado podrido que nos embrujó.

Imagina de nuevo a Bagdad. Construido y destruido otra vez.
No queda carnaval ni noche ni consuelo. Ni muertos si quiera.

Ni vivos.

Deja de imaginar todo ahora y mírame.
¿No ves?
Ya he muerto. Deja de escarbar mi tumba. No has de revivirme si quiera un pelo.

LOS PERROS ADVIERTEN.

¿Hacia donde?

¿Hacia donde, Don Cervantes, cabalga el hidalgo quijote y su sancho compañero?
¿Hacia donde?, advierten los perros sus ladridos.



La mano del escritor, letra por letra:

Hacia el final del libro.

COPLITA DE LA CÓPULA.

Es, en esta noche sin estrellas

Que nuestros cuerpos sin querellas

Querrán desatarse de sus ropas

Y temblar hasta el amanecer

A los pies de la cama

A punto de caer

De elogio y temperatura

De danza desnuda

De sexo y sudor

De beso y marihuana

De cuerpo y cuerpo

De calma y calma

martes, 30 de septiembre de 2008

DIALOGATIVA

-¿Qué te llevarías a la muerte?
-Las postales. Todos los tesoros escondidos que jamás busqué.

-¿Qué te llevarías al futuro?
-La muerte.

-¿Qué te llevarías a una isla desierta?
-Mi cepillo. Mi peine. Mi cuerpo.

¿Qué te llevarías al desierto?
-Sed.

¿Qué te llevarías si recién llegaras al mundo?
-Un arma.
-¿Qué arma?
-¿Qué mundo?

-¿Qué le preguntarías a Dios se existiera?
- ¿Existes?
- Y qué si existiera?
- No le creería.

-¿Qué desearías que suceda contigo después de haber nacido?
-Desearía morir.
-¿Cómo desearías morir?
-Como Silvio.

-¿Qué te llevarías a la eternidad?
-Un reloj.
-¿Qué harías con él?
-Una máquina del tiempo.
-¿Y qué harías con una máquina del tiempo?
-Regresaría.
-¿ A donde?-Aquí.
-¿Cuántas veces?
-Ninguna.

LADRARNOS EL ALMA

Y mientras, los perros le ladran a nuestros gatos que se hacen el amor en cada luna.

Y a cada rato me preguntas qué me llevaría a la muerte.

“Las postales y todos los tesoros escondidos que nunca busqué”

Y mientras te ríes, los perros callan para escuchar el coro de los gatos haciendo el amor.

Hasta nosotros envidiamos la destreza pornográfica de los felinos.

Y al rato nos rendimos. Tus preguntas, secuaces de tu recelo, han cesado en mi boca como en la de todos los gatos y han muerto en cada uno de nuestros perros, para ladrarnos el alma y el cerebro.

Y enseñarnos a morir.

sábado, 13 de septiembre de 2008

15516910

Debería haber muerto aquella vez. Deberías haberme asesinado en aquel instante incubo. Putrefacto.
Pero si solo hicieras que tus ojos dejaran de aparecer cada vez que no veo nada, todo seria mas transitable, mas llevadero. Cobraría alegre sentido, de pronto. No andaría como un sepultero traumado por la muerte y por la tierra echada encima de sus cajones.

---------------------------------------------------------------------------------------------------

Atiende su voz eléctrica. Me advierto frenético, sediento y seco.
Abre una palabra su aliento. Enrollo el cable en mi dedo con deseos de arrancarlo; de arrancarme todo el cablerío nervioso del cuerpo.
Vuelve a insistir su aliento, su electricidad, su voz con menos empatía.
-¿Hola? ¿Hola?
-Soy yo. ¡ay!, apenas puedo emitir dos palabras, pienso.

-

Su silencio acribilla cada intento oral con lento salvajismo.
-Soy yo, por favor…
Ese por favor pide no ser yo. No ser nunca mas este ente mundano, este cuerpo, esta voz, este aliento, esta idea de hombre. Esta intransigencia de ser.
-por favor, ¿que?. Basta.
¿Basta?
-Si, pero antes…
Antes del basta quiero volver al principio. Quiero exigirle al tiempo que de un paso atrás. Quiero tener el poder de intimidarlo con un arma que no sea mi extinción. Quiero soportar, poder soportar el basta, su electricidad golpeando através del aparato en mi oreja, amputando cada sonido que este fuera de esta conversación. Revienta el “basta” en la caverna auditiva, clausura de luz, por el resto de mi vida, todas las futuras palabras que puedan salir de su boca, que imagino roja, insepulta, pronunciando “basta”, casi gestando una sonrisa.
-…pero antes nada. Olvidate de todo.
Me río, no puedo hacer otra cosa. Debo reír y río, porque sino debo morir. Y en parte ese olvido asesina, despoja algo de mi cuerpo, deja algo vacante en el alma, en los ojos, en el tacto, en la piel. Deja algo vacante en las manos.
Me miro las manos enredadas por completo con el cable del teléfono.
-Ya no van a tocarte.
-¿Qué?
-Mis manos, ya no van tocarte…

-

Creo que ahora, su silencio deseléctrico asiste con afirmación, pero con tristeza.
-Perdón.
¿Qué debo perdonar? A mi debo perdonar por no poder a ella, ¿qué debo perdonar? mi frustración, mi desolación. Esta cabal autoconmiseración. Asquerosa. Escupo el suelo.
Del otro lado, un golpe rotundo y detrás un pitido negro, oscuro; abre un campo de soledad y olvido. Allí voy. Me desenredo, cuelgo el aparato. Y voy…
…a olvidarte, a mirarme las manos huecas y olvidarte.

EXTINGUIDOR

Puedo recordar mi vida en una pitada de cigarrillo.
Te vendo una frase.
No debo estar aquí. Tu tampoco.
No vienes con un té. Yo tampoco

Has hecho un mapa eterno de lo que es el amor. Yo también
No he hallado la cruz del tesoro. Tu tampoco
No hay tesoro. Ya lo sé.
Ni escondido, ni nada. Nosotros tampoco.

Hay un hombre que realizó un poema de seiscientas páginas en dos noches como esta.
Yo llevo setecientas.

Puedo recordar mi vida en una pitada de cigarrillo. Tu también.
Juntos somos: muchas pitadas de cigarrillos, muchas frases vendidas, muchos lugares donde no deberíamos estar, mucho té desparramado en el acolchado, muchos mapas con los lugares en donde si deberíamos estar, muchas cruces de tachones en el papel, de muchos Jesucristo, de muchos tesoros de mapas; seriamos muchos tesoros de mapas que solo existen en un poeta que lleva setecientas páginas; una por cada noche que escribe un poema que dice que en su cabeza existe una cantidad infinita de mapas que tienen marcados con cruces y Jesucristo los tesoros de unos reyes millonarios de amor, que servían un té afrodisíaco y vendían frases a burgueses adinerados y que vivían en una pitada de cigarrillo. Que ya no existen.
El poeta tampoco.
Las noches tampoco. Los poemas tampoco.
El ahora tampoco.
Ni yo mas ni tu tampoco.

FUGA

-¡¡¡512!!!- gritó el guardia mientras caminaba hacia la celda.


Estaba dispuesto a morir o matar, pero con qué matar. Con qué morir.
512 sabia que son dos pasos por celda y son cuarenta hasta la suya.

La bota comenzó a tronar con su lustre perfecto en el inmediato instante que la voz del militar roncaba por el aire pronunciando su número.

-Maldito- pensó el preso. Le quedaban dos milímetros para la libertad.
Había comenzado a sentir algo especial por el barrote que le quedaba cortar.

Sintió una especie de fiebre de alcoholemia cuando los pasos pasaban la celda cinco.

Observaba el trozo de fierro primero con ansiedad y terror. Pero cuando la bota estuvo al fin frente a las rejas, le subió una sensación de despedida.
Miró un manchita de oxido que tenia forma de flor. También miró la muequita de la cierra sobre el caño cilíndrico y recordó la boca de su hijo recién salido del vientre. Pero en esos segundos sintió tristeza por el barrote ya que también se sentía solo y quería escapar. Se lo había confesado unas noches antes, cuando empezó a talarlo.

512 acarició la boquita y hasta le dio un beso y el golpe le saco la vista de la ventanita.

LEE IN TEMPO

Tic-
Los sabores esparcen sus ceremonias en la lengua. La boca engulle el veneno. Todo parece abominable. Quasimodos miran inquietos, le ofrecen agua.
Tac-
Escucha el compás.
Tic-
Lo escucha dentro.
Tac-
En este segundo, un recuerdo fotográfico que se había perdido en el laberinto de su cerebro, aparece. Sabe que éste recuerdo vagabundea por su mente hace décadas.
Tic-
Ahora tiene un pensamiento que lo hace entender que miles de imágenes se pierden cada día y quedan como naufragios bribones en nuestro cráneo pensante.
Tac-
Odia su poesía, la odia como si fuese un karma irreducible e inaniquilable.
Tic-
Escucha el compás…
Tac-
No tiene idea a donde lo ha dirigido el veneno.
Tic-
Parece un viaje galáctico. Las estrellas bajan, los pies suben, las dimensiones se enloquecen, los oídos sufren hemorragias, los ojos lloran lágrimas estampadas en la piel, las manos sudan siluetas de mujeres desnudas, los dientes se ablandan, la voz masculla nombres, palabras e idiomas que nunca pronunció. Los pétalos: no sabe de donde sacó pétalos, no sabe de donde sacó un dios para adorar ni un cometa para volar ni una planta a la que le habla, escondido en un rincón. Mientras, los Quasimodos siguen creyendo que esta a punto de hacerse un harakiri con una almohada.
Tac-
Respira como si fuese la primera vez en la vida que respira.
Tic-
Se da cuenta:
Tac-
Un reloj en la pared vecina le cuenta un cuento.

OMBLIGO DEL CUARZO.

Cristal, cristal, cristal.
Hubiera querido tener tu carne, pero tengo tu cal.
Mineral, mineral, mineral.
Hubiera preferido tu sangre, pero tengo tu sal.
Lucas, Lucas, Lucas.
Hubiera querido nombrarte, pero estoy sentenciado a escucharte nombrar.

viernes, 22 de agosto de 2008

AL QUIJOTE LA MANCHA

Al hilo la baba
Al hueso la carne.
Al incendio el río.
Al inodoro la caca.
Al orden la madre.
Al desorden la madre.
Al indeciso la culpa.
Al amor la vergüenza.
Al amor la nostalgia.
Al amor las palabras.

A las palabras.
Al amor.

Al niño la niña.
Al pensamiento la lentitud.
A la diécisis de la mueca; el espejo, la cuesta, el infortunio.
A la serpiente el corazón.
A la madre el hijo.
Al hijo el chirlo.
El humo al pulmón.
A la paz, la ninfomanía anégrica de la serpiente; como al pensamiento.
Al corazón la grasa que tapa la arteria.
A la arteria la grasa que tapará el corazón.
Al corazón la verdad.
Al ritmo el escalpelo.
Al quirófano el doctor.
Al doctor los remedios.
A los remedios la cucharada.
Al ingeniero los planos.
Al mundo el ingeniero.
A la simbiosis la terapia.
A la terapia el terapeuta, al terapeuta las pautas, a las pautas los puntos, a los puntos el pensamiento, al pensamiento la lentitud, a la lentitud la indecisión, a la indecisión la culpa, a la culpa la madre, a la madre el chirlo, al chirlo el hijo, al hijo el desorden, al desorden el orden, al orden la madre, a la madre el niño, al niño la niña, a la niña la diécisis, a la diécisis la mueca, a la mueca el espejo, al espejo la cuesta el infortunio la serpiente y el corazón, al corazón la verdad, a la verdad el humo, al humo el pulmón, al pulmón el doctor, al doctor el quirófano, al quirófano la anégrica, a la anégrica el pensamiento que pende de un hilo, a la baba los remedios, a los remedios la cucharada, a la cucharada la simbiosis, a la simbiosis la terapia, a la terapia el amor, al amor el hueso, al hueso la carne, a la carne la caca, a la caca el inodoro, al inodoro las palabras.

B A N G



I

Aparte había muecas torcidas en los rostros en penumbras.
Había armas en los bolsillos interiores de sus sacos.
Eran una logia poderosa, muy poderosa, que tenía arrenmagada la vida de todos sus morosos deudores, futuros muertos, asesinados.

II

El “príncipe” se quito la chaqueta y la sentó sobre el respaldo de una silla mugrienta.
Su lacayo imitó el gesto de su amo con reververancia, salvo que en este caso la chaqueta cayó al suelo.
Los guardosos guardianes rieron burlones. El más burlón disparó al techo, casi con salvajismo.
El “príncipe” levantó la mano, exigiendo que todo volviesese silencio.

III

Una pared cayó. Abejas mortales se dirigían hacia ellos con urgente venganza.
Los cristales de todo lo que era de cristal estalló en cristales aun mas pequeños que lo que originalmente eran. Nunca había llovido vidrios. Si, balas. Si, sangre. Pero nunca vidrios.
Un matón herido, resguardándose detrás de una heladera, prendió un cigarro y contempló la escena. Parecía estar desquiciadamente feliz.

IV

El”príncipe” lloraba y disparaba.

V

Aparte había muecas de supervivencia, como si todo de pronto hubiese eclosionado, como si de repente la pared y el cristal y vaya a saber uno que idiosincrasia putrefacta hubiese cambiado su vigor. Hubiese disipádose en una niebla mortecina.
Las vidas de aquellas logias parecieran cristalizarse en esas lluvias. Amalgamadas por esas muecas. Custodiadas por esa sangre. Rebobinada por esa burla imperante. Domesticada por esa insignia soberana de príncipe-lacayo-guardia y vaya a saber uno cuanta fila de bosta.

VI
Encontró, desde mi mano, La Muerte a los mercenarios libidinosos, administradores de pobreza.

VII

Bang Bang Bang

VIRGENES


Eléctrica: Suecia grita a cien tardes luz de nosotros

Nos deslizamos: retorciéndonos por la tierra y el agua. Positivos, negativos.

Desnudos: nos convertimos en una mierda hermosa de cosas mezcladas;

Un estanque y un círculo.
Una tarde y el campo.
Una voz y una garganta.

Mojada: ¿En cuantos duraznos late un corazón podrido, ahora mismo?

Un parpado: nos quita las miradas.

Una vida entera podríamos haber nombrado antes de tu corpiño.
Tu torso desnudo exclama ¿Y mi corpiño?
Se hundió tres besos atrás en el río.

Los remos: desaparecen flotando en el agua.

martes, 5 de agosto de 2008

LOS COMEN-SALES

Los comensales, abiertos en la mesa, dijeron sus oraciones. Al colectivo imaginario lo pincharon con un tenedor de diez cabezas y se lo comieron con disgusto y sin explicación.
Habían bebido vino y después…
Después el resto de la noche palideció las miradas hambrunas.
Desiertos corrieron en la arena del tiempo y la cena podía llamarse pecado o testamento, música u oficio.
Las comensales, abiertas sus manos, tomadas como eslabones precisos, asistieron a la congoja de los platos playos caídos, de los vasos huecos recónditos. A la saliva de Dios, a la mierda espesa cociéndoles los botones y ajustándoles las corbatas.
Uno de ellos dijo que debía suceder.
El otro remitió intrigante una carta del juez supremo.
La única mujer rota se desnudó en el laboratorio de todos los espermas.
Y el niño miró enmudecido.
La oscuridad había rechinado en la almohadilla del sofá.
Los ojos del eterno se vomitaron de la cara, cayeron a la sopa. Un comensal distraído se los tragó.
Discusión, y después la adrenalina idiota del poder que da un cuchillo en cada mano.
Pero nada, nada pudo salvarlos de la culpa, nada tuvo paciencia, nada en el mundo se disponía a entrometerse. Una fuerza extraña que reside en el destino, truncaba las voluntades, las utopías universales, los rezos, la sangre de cada hombre honesto, leal e íntegro. Un comensal atestiguó tal rareza de la vida, y se puso a pensar antes de que todo sucediera, y mientas sucedía, y hasta que dejó de suceder.
Pensó: “…es como si supiera qué va a ocurrir, como si los estuviese mirando en una película de la que soy parte, es como si, exactamente cada partícula del universo tuviera innato sentido. Ahora, al pensar esto, es como si una nueva segmentación de mi cerebro hubiese despertado de pronto, ¿pero para qué, para morir? Si, para morir. Entonces la vida es una trampa de Dios. Es una estafa de la naturaleza. Nos esforzamos… Seres idiotas, nos esforzamos por evolucionar, por ampliar el espectro de nuestro cerebro, sumidos en nuestras posibilidades mentales, las que nos tocó. Y tristemente a punto de extinguirnos se despierta lo que verificamos como carencia intelectual durante toda nuestra vida, al querer resolver un problema matemático o hasta darle solución a una enfermedad terminal o solo, cuando tuvimos que sentirnos conformes con las limitaciones de nuestro coeficiente.
Todo de pronto vuelve a apagarse, y un chiflido agudísimo en el oído me quiere convencer de que no he despertado nunca…”

viernes, 1 de agosto de 2008

NIÑO IMAGINA I

Le hubiera encantado una historia con una niña rubia, robándole al sol el verano con su rostro.
Le hubiera encantado una historia donde una casa maravillosa se derrumba. Donde un portón antiguo se abre solo para darle paso a él.
Una niña. Siempre quiso una niña rubia que lo mirara fijo en el parque; en un parque pintado en su imaginación, transportándolo a ese mundo de sus ojos y los de ella, mirándose
De niño había estado enamorado de todo aquello; una niña rubia que no pertenecía a ningún rostro concreto, un portón gigante y antiguo, y un parque. A veces el parque lo era todo. De vez en cuando el parque (mas parecido a un jardín) pertenecía a una mansión colonial en ruinas y era ahí cuando el portón tenia sentido. Pero otras veces todo aquel verde impreciso y alucinante estaba en algún lugar; un lugar que no tenia dimensión ni parámetros. También el portón; apenas estaba ahí como fotografiado en su mente.
Y la niña.

NIÑO IMAGINA II

Hubiera querido ser un perro. Un perro desnutrido y vago, no importaba.
Desde el comienzo supo que la humanidad era demasiada vulgar y caótica.

De verdad hubiera querido ser un perro. Si el genio de la lámpara se hubiese presentado, hubiese deseado que lo transformara.
Miraba a los canes con envidia y recelo.
¿Y qué si fuera un perro?
Andaría solo. No atado a la cintura de su madre, ni a los lápices ni a los crayones tóxicos. Y mejor aun, no se hubiera puesto a pensar jamás en el amor de una niña rubia ni en la constelación de aquel parque hermoso que lo invadía en sueños ni en un antiguo portón que se abría cuando recurrentemente pensaba en la muerte.

NIÑO IMAGINA III

Le encantaba imaginar a Oliverio Girondo, aunque no lo conociera, con su padre, aunque tampoco lo conociera; sentados a una mesa, bebiendo vino. Un vino rojo escarlata que les recorría las gargantas y los hermanaba.
Le hubiera encantado mirarlos, ¡pero vamos!, si los miraba, los tenia en la mente; pequeña luz irrepetible.

Oliverio y el padre, serios, pero afables a los cimbronazos del aire entre ellos, puestos en una mesita de café. Imaginaba un café de 1900.
Oliverio de pronto vomitaba un monólogo retardado y profundo, y el vino dentro suyo florecía, y una rabia fosforescente pintaba a su padre sentado en frente que, sedado por las formas de los signos que salían del estomago de Girondo, en las manos y en el torso le nacía una guitarra.
Ay!, como sonreía el niño al imaginar esta escena desalmada y brillante.
Entonces, luego del estallido de sus seres preferidos, él dirigía sus ojos a los dedos de la mano derecha de su padre. Tanto, tanto alargaba la vista que podía observar detenido los bellos y las arrugas, y hasta una uña rota y comida.
Un movimiento resbaladizo aparecía en la muñeca, por eso las cuerdas gritaban a su imaginación con una agonía nueva.
Las paredes derretían a los hombres mientras estos se miraban como piratas de lo metafísico y lo surreal. Y se amaban, los hombres se amaban mientras desaparecían.

NIÑO IMAGINA IV

Sesenta años, imaginó. Cuando tuviera sesenta años un escalpelo en sus ojos podría atar a una mujer a su cuerpo chueco.
Y de su desnudez una niña renacería de algún lugar.
Imaginó que tendría una hija marrón y celeste. Que todo lo que se aferra a la vida, a su vida pequeña, encontraría sentido.
Destilando miedo por los poros, inventaría una hija y la padecería imaginándola y proyectándola todo el tiempo.

Tendría una hija. Marrón y celeste.
Y seria la de su sueños, no importaba como. Dejaría a su imaginación callada en este caso. Dejaría que la realidad le supere el pensamiento. Entonces no adivinaría. Una mujer no se imagina si es que se está tan convencido de su existencia.
Marchito el niño, corrompido por una brisa que pronosticaba el futuro, durmió y transpiró esa siesta junto a su madre.
Un fantasmita rubio le envenenaba los sueños.

NIÑO NO IMAGINA

Embrujado.
Acariciado.
Longevo.
Tensado.
Húmedo.
Enfermo, se sintió el niño cuando imaginó que una mano hurgaba la más delicada y dócil de sus extremidades.

Apartó cualquier rastro de caprichosa fantasía y fluyó sumergiéndose y emergiendo por un río denso y eléctrico.

Por fin había algo en el mundo que podía distraerlo y enajenarlo de su fotosíntesis imaginal.

Un mundo etéreo e infantil lo abandonó ese día, con rumbo hacia otros niños.

sábado, 19 de julio de 2008

UN HOMBRE VIENE A BUSCARME. MI MADRE LO ATIENDE

No importa si Lucas esta escribiendo, entre igual, por las dudas no asome primero la cabeza, a veces arroja cuerpos filosos, primero asome un brazo, total si pierde un brazo tiene otro, pero cuidado al entrar, tenga prudencia, porque no ve ni oye, aspire el aire de su habitación, si siente mucho olor a tabaco ábrale las ventanas, hágame el favor, se va a ahogar un día y no se va a dar cuenta, esperemos que si se esta muriendo y justo esta escribiendo, cuente como es… la muerte digo…
Ahora, al subir las escaleras, trate de hacerlo con convencimiento. Le explico, él, en su nirvana literario siente que alguien llega, ya se, pareciera hacerlo a propósito, porque sigue ahí metido en la computadorita como un pavo, pero yo lo entiendo él esta creando, igual a veces mira pornografía lo he detectado en el historial de la maquina, y bueno… que se le va a hacer. Si, me tuve que poner de alumna y entender como se maneja ese aparato, algún control tengo que ejercer. Yo le explico, es que a veces, cuando escribe, le sale espuma por la boca y los ojos se le dan vueltas, yo creo que esta drogado, pero él no me contesta, analicé con aires de investigador toda su habitación y no encontré marihuana ni otras sustancias, yo creo que las mismas palabras lo dopan, que se yo… eso en nuestra época no pasaba, ¿no le parece?
Ahora si, si va a entrar llévele algún regalito, un atado de Camel, una copa de vino tinto o algo por el estilo, eso lo va a aflojar un poco. No se preocupe yo voy a estar detrás de usted en caso de que el animal se vuelva loco ¿entiende?
Es que es muy intolerante a veces. Le cuento, una vez a su hermana casi la mata, la chiquita entró y desconectó el cable del artefacto que utiliza para escribir, cuando yo subí a causa de los gritos, la había arrojado por el balcón y la chiquita se había agarrado como pudo quedando colgada, la rescaté y cuando nos dimos vuelta este estaba escribiendo de nuevo, como si nada hubiese sucedido ¿ a usted le parece?, pero que se le va a hacer, es mi hijo, a demás yo entiendo que todos tenemos nuestras mañas ¿o no?
Bueno… ahora que ya se descalzó, ¿tiene algún regalito?, bien, antes de tocar la puerta fíjese por el cerrojo, si lo ve vomitando flores frente a la pantalla, alégrese esta de buen humor, en cambio si lo ve vomitando fantasmas, aléjese lo mas rápido que pueda, salga de mi casa hacia la esquina, hay un teléfono público, llame a la policía.

DICCIONARIO ABIERTO EN EL HOGAR

Concupiscencia. No hay sinónimos.
Antípodas. No hay sinónimos.
Pandemonium. No hay sinónimos.
Amor: amor, cariño, pasión, adhesión, apego, afecto, ternura
Lúgubre: Dicese de la cara del matarife que vuelve a su hogar impregnado de sangre. Su esposa no sabe si es la de una vaca o la de su amante.
Artificio: Dicese de los banquetes de estofados y patas de pollos que la esposa del matarife cocina sonriente para convencer a su esposo de que sigue siendo fiel a sus manos grotescas, a su espíritu asesino, a su insolación de trabajador, a su cuchilla afiladísima.
Cataclismo: Dicese del quilombo que se armó en la casa del matarife cuando este encontró a su esposa con su amante
Hijos: No hay sinónimos.
Traición: No hay sinónimos.
Trauma: Herida.

lunes, 7 de julio de 2008

CANTA CARACOL CALLADO CARAJO CANTA CALLADO CARACOL

Caracol, me engañaste.
No tenías el mar dentro.
Caracol. Mudo caracol.
Me dijiste lo contrario.



Te tomaré y te enterraré en la arena negra de los que morirán en mis manos.

Vas a cantar caracol, pidiendo auxilio al agua salada que te expulsó de la profundidad.

No vendrá nadie caracol. Caracol caracolito, no vendrá nadie.

Tu estómago circular reventará.
Tu casa conoidal estallará


Arrancaré tu costra cruda.
Me la comeré caracol, cara al sol, y chorreará tu pendeja vida por mi pecho desnudo

Vas a morir caracol, por no cantar. Vas a morir. Tú y tus moluscos.

Serás la exageración de la muerte. Canta caracol o ya no habrá nada que envidiar.

Incendiare tu calcio pálido.

Canta ya caracol o el mar lamerá por última vez esta orilla.
Verás tu cuerpo de marfil, ensangrentado
Canta o extinguiré tu especie.
Ya lo verás.
Canta o destaparé la olla hirviendo en este mismo instante.

Por favor caracol, canta es la única manera de saber qué dice el océano.

De pronto, en un ángulo del tiempo, un sonido húmedo emanaba del caracol
Entonces, con una sonrisa anciana y cuadriplégica, el sordo escuchó.

CREPUSCULAR

Púrpura, el horizonte golpeaba en la frente del hombre a caballo.
Debía llegar a destino antes de que el día se cerrara por completo.
Su único corazón se cerraba. En cada cerrojo que se atrancaba apretaba los dientes como si un puñal le estuviera asesinando por dentro.
Solo se escapaba una lágrima que no percibía rodar por su rostro, hasta verla rebotar en el lomo húmedo del animal.

Había huido la madrugada anterior con una botella de grapa, una bolsa de tabaco, la pipa, la cuchilla y lo puesto.


El rostro trotaba maléfico, al compás de un cuerpo que parecía no pertenecerle; como si cargara con décadas de infelicidad, de agotamiento.




Venía, deduzco, de una desdicha, de una desventura; de una de esas cosas que uno piensa que nunca le pasaran.
Se dirigía, presumo, hacia su único corazón, sabiendo que permanecería clausurado.
Y golpearía sus puertas al llegar. Trataría de violentar con las manos y los dientes cada cerradura, pero no tendría herramientas, no tendría fuerzas; estaría cansado.
Y se tiraría resignado, luego de haberse rendido frente a la amargura de su corazón tapiado.
Ahora más desdichado y más agotado saldrían más de una lágrima de sus ojos.
Entonces mirará a su caballo. Reconocerá en su mirada a un compañero sin reparo, que persigue desquiciadamente las sombras que persiguen los hombres.

Un sabor a vainilla le recorrerá los labios; pensará en la mujer, en los mortales, en la vida y, nuevamente, fijara sus ojos en los ojos frutales del animal y advertirá una profundidad marrón, y alucinará con las arterias que se enroscan en aquel simétrico cuello.
¿Quién sabe cuantos soles por la mitad se atascarán en el horizonte mientras ellos se estudian los rostros cernícalos, y se cuentan todo, absolutamente todo?

La grapa y el tabaco se habrán acabado y el hombre también.

El animal no percibirá que una lágrima rueda por su rostro inhumano hasta verla caer en el polvo de la tierra.
Los días, presumo, seguirán concluyendo en aquel horizonte. El caballo también.

QUIEN ERES EN LA NOCHE

¿Quién eres en la noche, mujer? ¿Cuál de cuáles? ¿Cuál de todas?
Apareces y reapareces en nuestros cuerpos que se jalan, se tragan y se inhalan.
¿En quien te transformas, mujer? ¿En la noche? ¿En qué bestia? ¿En qué ser salvaje dependiente de la luna como un lobo?
Regresas, mujer, de entre los calabozos de telas y riendas. Mientras, el cielo se mueve escupiendo el hedor de los siglos sexuales que nos atraviesan.

Primero pareces salir de una espesura como lodo, como cemento fresco; algo que te detendrá. Pero mas tarde nadas como un pez, te zambulles en la piel estirada y sucumbida por la atmósfera.

¿Quién eres, la noche, mujer? ¿Qué fantasma femenino te interrumpe el cuerpo para aparecer frente a mí? ¿Con qué fatalidad te arrepientes de haberme dibujado con la mano? ¿Con qué conciencia inmunda me has salpicada de tu veneno y has hechizado mi forma, mi concepto, mi mirada?

¿Qué mujer te seduce, noche? ¿Qué piernas femeninas te fastidian las estrellas? Noche, eres tan viril como un hombre en celo. ¿Qué mujer camina por tu vía? ¿Cuál de cuáles? ¿Cuál de todas te roba la identidad para enmudecer mi instinto y castigarme en los calabozos de tela?

Ha de ser la mujer que una vez se vistió de día para encandilarme, ha de ser la misma que ha querido siempre empuñar el filo y clavar por delante mil veces mi sombra.
¿Quién eres en la noche, mujer? ¿Cómo te llamas mujer? ¿Qué fuerza o poder obedeces?
¿Obedeces, mujer?

sábado, 5 de julio de 2008

CRONICAS INDELEBLES

EL PRIMER VAMPIRO

Dos horas luego de pedir la cita entraba al consultorio.

Nos saludamos con el médico dándonos la mano apretada de caballero a caballero. Con la majestuosidad que caracteriza a estos profesionales, el doctor me preguntó qué me pasaba, cuál era la queja o el dolor que sentía.

Sin emitir palabra me senté y tomé un papel anotador y una lapicera del escritorio, y dibuje una lengua.

Tras mis veloces y simples trazos él se mantuvo en silencio aún sin entender de qué se trataba la cita.

Al finalizar, le pregunté, mostrándole el dibujo, cuál era la región en la lengua donde se sentía la sed. Los ojos del doctor se abrieron ejecutados por la rareza de mi consulta. Miró la hoja, volvió a mirarme y tragó una saliva espesa tratando de adivinar la respuesta como si ésta estuviera en la profundidad de su boca.

Esperó pensante los efectos de su búsqueda… y señaló.

-Aquí, me dijo, indicándome con la mina de su lápiz en mi dibujo, la parte trasera del músculo.

-Perfecto, le dije. -Usted sabe donde está la sed. Ahora… ¿puede decirme qué se siente?...

Intuí que el doctor había anulado el factor sorpresa que lo enmudeció en un primer momento, y ahora, más reflexivo y más curioso por el objetivo de mí consulta, me dijo:

-Se siente necesidad…

-¿Siente eso ahora?, le pregunté.

-Si. Me respondió sin vacilar.

-Bien… Hagamos de cuenta que entre usted y yo hay un vaso lleno de agua. Tome el vaso y beba. Le ordené.

El hombre me miró entrecerrando los ojos inciertos por la peculiaridad de este acontecimiento al que accedía sin titubeos.

Con un aspecto esotérico y cuidadoso dudó un instante y tomó el vaso imaginario, terminó de cerrar los ojos compungidos, y bebió echando la cabeza hacia atrás como tragándose todo el agua de un solo trago.

Al llegar al final del vaso, en ese instante en que la cabeza se recuesta, el hombre abrió los ojos hacia el techo como si hubiese entendido fugazmente todo.

Volvió la mirada al frente observándome, pasándose la lengua por los labios rasposos, lamiéndose y relamiéndose con talento felino, abriendo y cerrando la boca levemente; mirando el vaso, moviéndolo; intentando nuevamente vulnerarlo, ahora, ya mas exagerada y animalezcamente.

Perdiendo todo significado cabal de su prontuario profesional, el enajenado doctor se llevaba el vaso a su boca nuevamente y se inclinaba casi horizontalmente hacia atrás equilibrándose en las dos patas traseras de la silla, como si la gota rebelde de un denso néctar no quisiera deslizarse por el cuerpo del recipiente hacia la muerte viviente en su garganta. Ahora, el médico había perdido definitivamente la compostura.

Antes que aquella mutación, mezcla entre delantal blanco y roedor lunático se completara, le pregunté:

- ¿Doctor… qué siente?

El hombre me miró con desolación y violencia, tenía ojos de perro y un sudor le lubricaba la cara y deslucía su anterior formal presencia.

-SED, me respondió dolorosamente con una voz agrietada.

-¿Ahora entiende doctor, no puedo saciar mi sed, que me aconseja?

El médico lo supo todo, como si no hubiese falencias ni discriminación en la situación que se le había presentado.

Recomponiéndose del infortunio desajustó su corbata, e impostando la voz, imitando aquel porte que le era característico antes de esta cita, dijo:

-Siempre he dado la cura a mis pacientes, nunca le he faltado a ninguno de ellos, llevo años en esta profesión y nunca se me hizo una recriminación con respecto a mi trabajo, esta no será la excepción.

Y mientras él desenfundaba su cuello largo y húmedo de adentro de sus ropas, yo le sonreía, revelándole mi perfecta dentadura.

El agente furtivo

CRONICAS INDELEBLES





ALEGORIA DE UNOS HOMICIDIOS.



A la hora de la siesta en el campo encontramos una laucha y la molimos a palos, unos sapos no tuvieron un fin desigual. Habíamos ido hacia el valle donde se posan los grillos a cantar y llegamos al oblicuo zanjón donde forcejeaban las ranas.


Cazamos algunas como animales desquiciados y hambrientos que somos. Las bolsas de nylon eran, en algunas oportunidades, el fúnebre destino de los bichos.



Los dos niños y yo, también niño, corrimos hacia allá, detrás de la granja. Mutilamos a los invertebrados, medio por afán y otro poco por investigación; y los incendiamos en una fogatita contra una pared derrumbada con unos fósforos que habíamos robado de la cocina de la tía. Esta historia no tendría mucho sentido si no fuera por la indiscriminada matanza que llevamos a cabo, siendo cien por ciento ignorantes de que lo que hacíamos no tenia un visto bueno ya que parecíamos los pioneros nazis de aquel lugar. O milicos desequilibrados que adoraban lapidar.


Pero no, a pesar de nuestra mugida diversión éramos solo niños que se estaban divirtiendo.


Para mi todo se había comenzado a trastornar cuando el niño que vivía en la granja nos había dirigido hacia el gallinero y, luego de quemar un panal de avispas que se encontraba prendido al techo de chapa, nos propuso torturar una gallina.


El niño que restaba era mi primo, siempre tan intrépido, elocuentemente respondió a la oferta del otro y de un salto se puso a correr a la gallina mas grande del lugar. Yo hice un paso para el costado y salí corriendo del galpón hacia los yuyales.


Algo tenebroso me perseguía, tenía las manos mezcladas de barro y sangre que no era mía; no lograba desabitarme el pensamiento que repetía en mí la inocencia de aquellos animales y como, sin siquiera meditarlo, un juego de niños nos había convertido repentinamente en asesinos. Recuerdo que seguía corriendo y aún se escuchaba de lejos el llamado gritante de los otros que me invitaban al sacrilegio. Corrí, entonces, más rápido, inalcanzable, y lloraba.


Me recosté en la hierba del campo, sentía una tristeza que volaba entre los pájaros y alucinaba que estos, practicando un caída libre se me tirarían encima vengando las almas de los otros animales. Pero no sucedió.


Mecánicamente comprendí que los animales tienen mayor conocimiento del perdón que los humanos. Y detrás de esa reflexión me sorprendí atestiguando que los animales son más sabios que los hombres.



No voy a apelar al recurso literario de decir que me dormí debajo de la copa de un árbol porque no fue así, pero el tiempo que paso había sido bastante, quizás una hora. Me había puesto un yuyito entre los dientes. Había acariciado el pasto, había adorado el sol, había tratado de reconciliarme. Si, aquello había sido una especie de reconciliación con todo lo que había sobornado y desojado esa tarde.



Ahora, en el regreso a la granja, un aura de tranquilidad me acompañaba. Volvía con la cabeza gacha. Pase por el gallinero, había rastros de sangre, plumas y un cuchillo mal afilado clavado en un tronco que servia de columna.


A la vuelta de la huertita todavía ardían los ladrillos que formaban una especie de horno donde se incineraron a los batracios y un humo repugnante invadía aquel corral abandonado.


Detrás de la ligustrina, entre la leña y el hacha, un trozo de roble cortado, que hacia de base para trozar la madera, exponía el cadáver de la temible lauchita que matamos carnaval mente.


Luego de avistar el terror me siguió un suspiro de coraje y de asimilación. Había comprendido mi maldad, pero igual me seguía el castigo.


No se si los dije, pero era la hora de la siesta y por lo general el ruido o los sonidos del lugar se presentan como un liquido que cae desde algún lado. Y así, el oído es el receptor de una cosa sórdida, lejana y constante que uno no retiene concientemente.


Toda esa cosa mojada y hundida que me entraba por los tímpanos se quebró cuando algo, según el dicho, estaba gritando como un marrano. A aquel aullido de infarto le siguió la risa y el festejo macabro de los niños.


Atravesé un empedrado, corte camino por el patio de los caseros, esquive la hamaca de Guillermina, una nena muy bonita hija de Don José el cuidador del campo y frené contra un ombú medio caído que estaba al lado del tallercito de donde salían los gritos.


El tallercito le decían a aquel lugar… yo me había inventado un lugar donde se arreglaban cosas, pero no… Asomé la cabeza, mi primo y el otro se tiraban de los pelos, se peleaban riendo como embriagados por una sustancia corrosiva que bailaba por el aire. Don José también tenia cara de goce y dureza, le hablaba a Felipe, su hijo menor, que parecía no disfrutar del acontecimiento.


La mano del viejo José se alzó con una cuchilla que despedía grasa y sangre coagulada como si fuese el instrumento definido para la carne y la muerte.


Mis ojos se abrieron de miedo, pensé que la cuchilla me miraba y que el relumbrón detrás de la muerte seca que irradiaba, me invitaba a la fiesta. Los niños me vieron


asomado en la puerta y con los ojos puestos en el filo. Sin darme cuenta me tomaron del brazo succionándome en su juego.


Ahora lo miro a la distancia, parecía un ritual del ku klux klan o algo por el estilo.


El cerdo aún estaba vivo e ileso atado de las cuatro patas a dos palos de quebracho que se mantenían verticales y paralelos en el medio del tallercito.


El animal se retorcía. Nunca había visto a ningún ser luchar por su vida.


Los niños seguían más inquietos que antes. Don José miró hacia atrás y me sonrió preguntado si me gustaba la morcilla, yo creo que olfatee el origen del alimento y le negué con la cabeza.


Estaba desorientado. Felipe tenia transito en la mirada. Era un joven distraído había dicho Don José en el almuerzo, desconforme con su hijo.


-¡¡¡Agarra Felipe me cago en vos!!! Reprimió ahora otorgándole la navaja. Felipe despertó de mi mirada y mecánicamente, sin avistar cálculo, miró a su padre y ensartó el arma en el cuello del animalejo.


La tarde tuvo su aullido.


Las señoras mayores se levantaron de la cama y tomaron los bastones. Las cocineras dejaron el cigarrito y el mate y se pusieron los delantales. Los niños alucinaron con la sangre más de la cuenta y tuvieron que ir a vomitar y a llorar en el ropaje de sus madres.


Guillermina se hamacaba lento, aún con el envión del golpe que le di al juego del parque cuando pase corriendo.


La rata, los sapos y las gallinas entraban en el reino de Dios, abrazados.


La silueta que mi cuerpo dejo en el pasto, debajo del árbol, volvía a su estado natural gracias al viento.


Las avispas comenzaban a trabajar otra vez en un panal, en la esquina izquierda del techo del gallinero.


No había teléfonos ni vehículos y el viejo José se desangraba




El agente furtivo.


CRONICAS INDELEBLES



LA INUTILIDAD DE LOS LIBROS Y LA TORPEZA DE LOS LECTORES.


Descubrí a Borges cuando vi que alguien rayaba un libro sin ningún tipo de prudencia, y atente contra su hecho con un grito indignado. Nunca me atreví si quiera hacerle una rayita con lápiz a alguno de mis libros. Peor aún, ese libro que aquella persona rayaba contenta y desmesuradamente, era mío. Ante mi juicioso manifiesto la persona alegó que Borges decía que los libros están para rayarlos, sino sufrirían el desatinado destino de creerlos muertos y nunca jamás leídos.

Fue entonces cuando me percate de una sensación recurrente en mí a la hora de tener un libro en la mano. Siempre, una histeria de tinta por nacer se me daba cuando leía un libro, por eso también creo que nunca pude terminar de leer casi nada, o tardar mil años en leer lo poco que leí, ya que cada vez que me proponía leer unas frases de Benedetti, Girondo y demás escritores, un cúmulo de inspiración me golpeaba las puertas y entonces era yo, ahora, el que se lanzaba sobre hojas en blanco, muchas veces ornamentadas con frases insulsas y otros tipos de incoherencias. Esto, creo, pudo haber sido de otra forma si desde un principio hubiese tenido el tupe de rayar con pensamientos, anotaciones respectivas a alguna frase, o simplemente el subrayado de alguna idea o aforisma que me gustara, alguno de mis libros.

Paralelamente esa tarde, en la que uno de mis libros había sido humillado con trazos azules y zigzagueantes, me obsequiaron dos nuevos libros de edición, con tapa dura, imágenes en colores y la mejor calidad en papel. Estos, ahora me revolvían las vísceras. Al verlos, asumí el gran valor monetario de aquellos libros; es que todavía no podía extirpar de mi, aquel entupido concepto conservador de que los libros no se rayan, se cuidan y se preservan.

Como los tome, los deje en la siniestra vitrina de los libros muertos.

Aquí viene lo que he querido contarles. Más tarde esa misma noche, como una señal inaudita de alguien o algo que reconocía mi histórica necesidad de rayar libros, me encontré con una vieja edición de El Informe de Brodie de Jorge Luis Borges.

La publicación era de los setenta y estaba algo descuidada. Arreglé un poco las tapas, lo encolé, y mientras lo recauchutaba sentía lo que debe haber sentido Gepeto cuando creaba a pinocho. Y de un momento a otro ahí estaba, nuevito de nuevo, listo para ser estudiado, leído, reflexionado. Pero sabia, había entendido que aquello no le concedería vida a aquel montaje de verbos y sustantivos.

Me contuve.

Me contuve un día o dos llevándolo en el bolso como un cadáver portátil al que se lo podía revivir en cualquier momento, en cualquier parada. Por cualquier causa lo único que se necesitaba era leer un fragmento y si de verdad, con verdadera sensatez ocurría, rayarlo… rayarlo escuchando unos violines de pájaros, con una sonrisa ilustre mirarle a los ojos. Como un hijo cuando nace.

Para calmarme había comprado doce pesos de caramelos de menta. Habitualmente fumo, pero respeto los espacios públicos.

Llegamos a Moreno, me faltaba mas de la mitad del viaje aún, cuando una mujer se sentó al lado mío en el asiento.

No había pasado mucho tiempo, es mas creo que el colectivo aún estaba estacionado en la parada, cuando la mujer desenfundó de un bolso de cuerina horrendo una revista de chimentos. Primeramente no le di importancia hasta que después de cuatro o cinco artículos que supe que leía, desenvainó una lapicera.

Me paralice inmediatamente, me recorrió un frío de cristal por las neuronas pegadas a la ventanilla.

La mujer sin ningún tipo de escrúpulos se puso a hacer un crucigrama.

Un sentimiento parecido al que sentí cuando me habían rayado mi libro me recorría ahora con más destiñe. Realmente sentía agonizar.

Un impulso de ira estiró mis brazos hacia la mochila, especie de tumba, que contenía la calavera exquisita de la literatura.

Respire profundo, comencé con “La Intrusa”, primer cuento de este libro, pero nada. Lastimosamente nada me promovía salvarlo de la vanidad de los libros muertos.
(la intrusa había sido la persona que me había rayado el libro, y mas tarde la mujer con el bolso horrendo que gozaba asquerosamente con su crucigrama).

Así me transporté hasta el cuarto cuento, para ser mas exactos,”El Encuentro”, así se llamaba. Lo leí todo, resignado, hostigado por la pereza de los acontecimientos.

Finalicé aquel texto y cerré el libro dejando el dedo índice dentro.

Desenvolví el decimotercer caramelo de mente y con esa frescura de la menta y la mente, puse en la hoja que tiene el titulo del cuarto cuento:” Me parece que Borges duda”.

Y sentí lo que creo que sintió el hada al convertir a Pinocho en un niño de carne y hueso.

El Agente Furtivo

CRÓNICAS INDELEBLES


LA SIRENA RESECA.



La estrategia que utilizaba era embadurnarse bien las manos, provocando así el estancamiento del enjuague cremoso entre sus arrugas digitales.
Este era un procedimiento eufórico. La anciana se frotaba las manos, friccionando vivazmente, desparramándose la crema hasta llegar, en algunas oportunidades, hasta sus antebrazos.
Yo sabía cuales eran los días en que mi abuela sobrellevaba en su mente un trastorno del color de la tierra, una difamación del cotidianísmo. En esos días, el proceso de humectación de mi abuela llegaba a su punto rojo.
Recuerdo estar sentado a la mesa larga de su comedor, y ver de pronto, como un salpique, su cuerpo minúsculo y encorvado, saltando y moviéndose eléctrico de aquí para allá en busca de la redentora crema glucosa.

Cuando al fin hallaba la salvación, daba un suspiro de tranquilidad, se sentaba a uno de mis costados y silenciosamente comenzaba a frotarse la piel de las manos. Yo no la miraba con mis ojos, sabia el acontecer de estos sucesos con mi nariz. El olor repugnante de esa pomada me hacia estar al tanto del procedimiento y de cada milímetro de piel-abuela recubierta.
Como contaba; yo sabía cuales eran los días en que mi abuela padecía un mal inoportuno de exageración y glotonismo. Estos días eran cuando ella encontraba su cosmético y se empezaba a frotar... y a frotar, letárgicamente.
Iniciaba por sus manos, luego sus antebrazos, luego sus hombros descubiertos de verano, su cuello; hasta donde le llegaba las manos; la espalda, y finalmente su rostro. Sus cejas muchas veces aglomeraban pequeñas porciones de la espesura olorienta; las arrugas de su cara eran agrias grietas como ríos llenos de esa licuosidad.
Realmente un despropósito de la higiene, pensaba yo. Cansado de sentir ese tufo tan significativo. Aquella emanación de anciana.

Una de las últimas veces que fui a la casa de mi abuela ella estaba sufriendo uno de esos días malignos y, abatido por la insufrible propiedad del hedor, le pregunte porque se inundaba con ese humectante tan asqueroso. Ella no supo que contestarme con palabras, pero su rostro, estirado y brilloso gracias a este dichoso lustre me demostró con una sonrisa de niña indefensa, su goce.
Mi abuela gozaba con deleite libidinoso untarse medio cuerpo y todo el rostro.

En cambio yo, nunca pude superar la gracitud que dejaba en el mate, en las sábanas de las camas del cuarto en el que yo dormía; en las llaves del baño, en el cerrojo de la puerta, en el dedal que utilizaba para coser. Todo, absolutamente todo, tenía esa propiedad de plastilina, esa lubricación grasosa que se siente en la línea de los labios.
Presumo hoy, a una severa distancias de aquellos acontecimientos, que mi abuela creía que envejecer era secarse. Tengo la seguridad que la vieja sentía desaguarse con el correr del tiempo.
Por eso la manía de asearse constantemente con aquel dichoso refrigerio para su cuerpo. La monomanía de sentirse siempre seca, de sentirse morir puede llegar a estar vinculada con sus sueños recurrentes de que era una sirena joven y bella, y por siempre mojada.
También sospecho que esta extravagancia puede estar ligada a resentimientos sexuales, o simples desdichas de la misma facción.

El Agente Furtivo.