martes, 30 de septiembre de 2008

DIALOGATIVA

-¿Qué te llevarías a la muerte?
-Las postales. Todos los tesoros escondidos que jamás busqué.

-¿Qué te llevarías al futuro?
-La muerte.

-¿Qué te llevarías a una isla desierta?
-Mi cepillo. Mi peine. Mi cuerpo.

¿Qué te llevarías al desierto?
-Sed.

¿Qué te llevarías si recién llegaras al mundo?
-Un arma.
-¿Qué arma?
-¿Qué mundo?

-¿Qué le preguntarías a Dios se existiera?
- ¿Existes?
- Y qué si existiera?
- No le creería.

-¿Qué desearías que suceda contigo después de haber nacido?
-Desearía morir.
-¿Cómo desearías morir?
-Como Silvio.

-¿Qué te llevarías a la eternidad?
-Un reloj.
-¿Qué harías con él?
-Una máquina del tiempo.
-¿Y qué harías con una máquina del tiempo?
-Regresaría.
-¿ A donde?-Aquí.
-¿Cuántas veces?
-Ninguna.

LADRARNOS EL ALMA

Y mientras, los perros le ladran a nuestros gatos que se hacen el amor en cada luna.

Y a cada rato me preguntas qué me llevaría a la muerte.

“Las postales y todos los tesoros escondidos que nunca busqué”

Y mientras te ríes, los perros callan para escuchar el coro de los gatos haciendo el amor.

Hasta nosotros envidiamos la destreza pornográfica de los felinos.

Y al rato nos rendimos. Tus preguntas, secuaces de tu recelo, han cesado en mi boca como en la de todos los gatos y han muerto en cada uno de nuestros perros, para ladrarnos el alma y el cerebro.

Y enseñarnos a morir.

sábado, 13 de septiembre de 2008

15516910

Debería haber muerto aquella vez. Deberías haberme asesinado en aquel instante incubo. Putrefacto.
Pero si solo hicieras que tus ojos dejaran de aparecer cada vez que no veo nada, todo seria mas transitable, mas llevadero. Cobraría alegre sentido, de pronto. No andaría como un sepultero traumado por la muerte y por la tierra echada encima de sus cajones.

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Atiende su voz eléctrica. Me advierto frenético, sediento y seco.
Abre una palabra su aliento. Enrollo el cable en mi dedo con deseos de arrancarlo; de arrancarme todo el cablerío nervioso del cuerpo.
Vuelve a insistir su aliento, su electricidad, su voz con menos empatía.
-¿Hola? ¿Hola?
-Soy yo. ¡ay!, apenas puedo emitir dos palabras, pienso.

-

Su silencio acribilla cada intento oral con lento salvajismo.
-Soy yo, por favor…
Ese por favor pide no ser yo. No ser nunca mas este ente mundano, este cuerpo, esta voz, este aliento, esta idea de hombre. Esta intransigencia de ser.
-por favor, ¿que?. Basta.
¿Basta?
-Si, pero antes…
Antes del basta quiero volver al principio. Quiero exigirle al tiempo que de un paso atrás. Quiero tener el poder de intimidarlo con un arma que no sea mi extinción. Quiero soportar, poder soportar el basta, su electricidad golpeando através del aparato en mi oreja, amputando cada sonido que este fuera de esta conversación. Revienta el “basta” en la caverna auditiva, clausura de luz, por el resto de mi vida, todas las futuras palabras que puedan salir de su boca, que imagino roja, insepulta, pronunciando “basta”, casi gestando una sonrisa.
-…pero antes nada. Olvidate de todo.
Me río, no puedo hacer otra cosa. Debo reír y río, porque sino debo morir. Y en parte ese olvido asesina, despoja algo de mi cuerpo, deja algo vacante en el alma, en los ojos, en el tacto, en la piel. Deja algo vacante en las manos.
Me miro las manos enredadas por completo con el cable del teléfono.
-Ya no van a tocarte.
-¿Qué?
-Mis manos, ya no van tocarte…

-

Creo que ahora, su silencio deseléctrico asiste con afirmación, pero con tristeza.
-Perdón.
¿Qué debo perdonar? A mi debo perdonar por no poder a ella, ¿qué debo perdonar? mi frustración, mi desolación. Esta cabal autoconmiseración. Asquerosa. Escupo el suelo.
Del otro lado, un golpe rotundo y detrás un pitido negro, oscuro; abre un campo de soledad y olvido. Allí voy. Me desenredo, cuelgo el aparato. Y voy…
…a olvidarte, a mirarme las manos huecas y olvidarte.

EXTINGUIDOR

Puedo recordar mi vida en una pitada de cigarrillo.
Te vendo una frase.
No debo estar aquí. Tu tampoco.
No vienes con un té. Yo tampoco

Has hecho un mapa eterno de lo que es el amor. Yo también
No he hallado la cruz del tesoro. Tu tampoco
No hay tesoro. Ya lo sé.
Ni escondido, ni nada. Nosotros tampoco.

Hay un hombre que realizó un poema de seiscientas páginas en dos noches como esta.
Yo llevo setecientas.

Puedo recordar mi vida en una pitada de cigarrillo. Tu también.
Juntos somos: muchas pitadas de cigarrillos, muchas frases vendidas, muchos lugares donde no deberíamos estar, mucho té desparramado en el acolchado, muchos mapas con los lugares en donde si deberíamos estar, muchas cruces de tachones en el papel, de muchos Jesucristo, de muchos tesoros de mapas; seriamos muchos tesoros de mapas que solo existen en un poeta que lleva setecientas páginas; una por cada noche que escribe un poema que dice que en su cabeza existe una cantidad infinita de mapas que tienen marcados con cruces y Jesucristo los tesoros de unos reyes millonarios de amor, que servían un té afrodisíaco y vendían frases a burgueses adinerados y que vivían en una pitada de cigarrillo. Que ya no existen.
El poeta tampoco.
Las noches tampoco. Los poemas tampoco.
El ahora tampoco.
Ni yo mas ni tu tampoco.

FUGA

-¡¡¡512!!!- gritó el guardia mientras caminaba hacia la celda.


Estaba dispuesto a morir o matar, pero con qué matar. Con qué morir.
512 sabia que son dos pasos por celda y son cuarenta hasta la suya.

La bota comenzó a tronar con su lustre perfecto en el inmediato instante que la voz del militar roncaba por el aire pronunciando su número.

-Maldito- pensó el preso. Le quedaban dos milímetros para la libertad.
Había comenzado a sentir algo especial por el barrote que le quedaba cortar.

Sintió una especie de fiebre de alcoholemia cuando los pasos pasaban la celda cinco.

Observaba el trozo de fierro primero con ansiedad y terror. Pero cuando la bota estuvo al fin frente a las rejas, le subió una sensación de despedida.
Miró un manchita de oxido que tenia forma de flor. También miró la muequita de la cierra sobre el caño cilíndrico y recordó la boca de su hijo recién salido del vientre. Pero en esos segundos sintió tristeza por el barrote ya que también se sentía solo y quería escapar. Se lo había confesado unas noches antes, cuando empezó a talarlo.

512 acarició la boquita y hasta le dio un beso y el golpe le saco la vista de la ventanita.

LEE IN TEMPO

Tic-
Los sabores esparcen sus ceremonias en la lengua. La boca engulle el veneno. Todo parece abominable. Quasimodos miran inquietos, le ofrecen agua.
Tac-
Escucha el compás.
Tic-
Lo escucha dentro.
Tac-
En este segundo, un recuerdo fotográfico que se había perdido en el laberinto de su cerebro, aparece. Sabe que éste recuerdo vagabundea por su mente hace décadas.
Tic-
Ahora tiene un pensamiento que lo hace entender que miles de imágenes se pierden cada día y quedan como naufragios bribones en nuestro cráneo pensante.
Tac-
Odia su poesía, la odia como si fuese un karma irreducible e inaniquilable.
Tic-
Escucha el compás…
Tac-
No tiene idea a donde lo ha dirigido el veneno.
Tic-
Parece un viaje galáctico. Las estrellas bajan, los pies suben, las dimensiones se enloquecen, los oídos sufren hemorragias, los ojos lloran lágrimas estampadas en la piel, las manos sudan siluetas de mujeres desnudas, los dientes se ablandan, la voz masculla nombres, palabras e idiomas que nunca pronunció. Los pétalos: no sabe de donde sacó pétalos, no sabe de donde sacó un dios para adorar ni un cometa para volar ni una planta a la que le habla, escondido en un rincón. Mientras, los Quasimodos siguen creyendo que esta a punto de hacerse un harakiri con una almohada.
Tac-
Respira como si fuese la primera vez en la vida que respira.
Tic-
Se da cuenta:
Tac-
Un reloj en la pared vecina le cuenta un cuento.

OMBLIGO DEL CUARZO.

Cristal, cristal, cristal.
Hubiera querido tener tu carne, pero tengo tu cal.
Mineral, mineral, mineral.
Hubiera preferido tu sangre, pero tengo tu sal.
Lucas, Lucas, Lucas.
Hubiera querido nombrarte, pero estoy sentenciado a escucharte nombrar.