Embrujado.
Acariciado.
Longevo.
Tensado.
Húmedo.
Enfermo, se sintió el niño cuando imaginó que una mano hurgaba la más delicada y dócil de sus extremidades.
Apartó cualquier rastro de caprichosa fantasía y fluyó sumergiéndose y emergiendo por un río denso y eléctrico.
Por fin había algo en el mundo que podía distraerlo y enajenarlo de su fotosíntesis imaginal.
Un mundo etéreo e infantil lo abandonó ese día, con rumbo hacia otros niños.
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