martes, 5 de agosto de 2008

LOS COMEN-SALES

Los comensales, abiertos en la mesa, dijeron sus oraciones. Al colectivo imaginario lo pincharon con un tenedor de diez cabezas y se lo comieron con disgusto y sin explicación.
Habían bebido vino y después…
Después el resto de la noche palideció las miradas hambrunas.
Desiertos corrieron en la arena del tiempo y la cena podía llamarse pecado o testamento, música u oficio.
Las comensales, abiertas sus manos, tomadas como eslabones precisos, asistieron a la congoja de los platos playos caídos, de los vasos huecos recónditos. A la saliva de Dios, a la mierda espesa cociéndoles los botones y ajustándoles las corbatas.
Uno de ellos dijo que debía suceder.
El otro remitió intrigante una carta del juez supremo.
La única mujer rota se desnudó en el laboratorio de todos los espermas.
Y el niño miró enmudecido.
La oscuridad había rechinado en la almohadilla del sofá.
Los ojos del eterno se vomitaron de la cara, cayeron a la sopa. Un comensal distraído se los tragó.
Discusión, y después la adrenalina idiota del poder que da un cuchillo en cada mano.
Pero nada, nada pudo salvarlos de la culpa, nada tuvo paciencia, nada en el mundo se disponía a entrometerse. Una fuerza extraña que reside en el destino, truncaba las voluntades, las utopías universales, los rezos, la sangre de cada hombre honesto, leal e íntegro. Un comensal atestiguó tal rareza de la vida, y se puso a pensar antes de que todo sucediera, y mientas sucedía, y hasta que dejó de suceder.
Pensó: “…es como si supiera qué va a ocurrir, como si los estuviese mirando en una película de la que soy parte, es como si, exactamente cada partícula del universo tuviera innato sentido. Ahora, al pensar esto, es como si una nueva segmentación de mi cerebro hubiese despertado de pronto, ¿pero para qué, para morir? Si, para morir. Entonces la vida es una trampa de Dios. Es una estafa de la naturaleza. Nos esforzamos… Seres idiotas, nos esforzamos por evolucionar, por ampliar el espectro de nuestro cerebro, sumidos en nuestras posibilidades mentales, las que nos tocó. Y tristemente a punto de extinguirnos se despierta lo que verificamos como carencia intelectual durante toda nuestra vida, al querer resolver un problema matemático o hasta darle solución a una enfermedad terminal o solo, cuando tuvimos que sentirnos conformes con las limitaciones de nuestro coeficiente.
Todo de pronto vuelve a apagarse, y un chiflido agudísimo en el oído me quiere convencer de que no he despertado nunca…”

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