viernes, 1 de agosto de 2008

NIÑO IMAGINA III

Le encantaba imaginar a Oliverio Girondo, aunque no lo conociera, con su padre, aunque tampoco lo conociera; sentados a una mesa, bebiendo vino. Un vino rojo escarlata que les recorría las gargantas y los hermanaba.
Le hubiera encantado mirarlos, ¡pero vamos!, si los miraba, los tenia en la mente; pequeña luz irrepetible.

Oliverio y el padre, serios, pero afables a los cimbronazos del aire entre ellos, puestos en una mesita de café. Imaginaba un café de 1900.
Oliverio de pronto vomitaba un monólogo retardado y profundo, y el vino dentro suyo florecía, y una rabia fosforescente pintaba a su padre sentado en frente que, sedado por las formas de los signos que salían del estomago de Girondo, en las manos y en el torso le nacía una guitarra.
Ay!, como sonreía el niño al imaginar esta escena desalmada y brillante.
Entonces, luego del estallido de sus seres preferidos, él dirigía sus ojos a los dedos de la mano derecha de su padre. Tanto, tanto alargaba la vista que podía observar detenido los bellos y las arrugas, y hasta una uña rota y comida.
Un movimiento resbaladizo aparecía en la muñeca, por eso las cuerdas gritaban a su imaginación con una agonía nueva.
Las paredes derretían a los hombres mientras estos se miraban como piratas de lo metafísico y lo surreal. Y se amaban, los hombres se amaban mientras desaparecían.

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