sábado, 5 de julio de 2008

CRONICAS INDELEBLES



LA INUTILIDAD DE LOS LIBROS Y LA TORPEZA DE LOS LECTORES.


Descubrí a Borges cuando vi que alguien rayaba un libro sin ningún tipo de prudencia, y atente contra su hecho con un grito indignado. Nunca me atreví si quiera hacerle una rayita con lápiz a alguno de mis libros. Peor aún, ese libro que aquella persona rayaba contenta y desmesuradamente, era mío. Ante mi juicioso manifiesto la persona alegó que Borges decía que los libros están para rayarlos, sino sufrirían el desatinado destino de creerlos muertos y nunca jamás leídos.

Fue entonces cuando me percate de una sensación recurrente en mí a la hora de tener un libro en la mano. Siempre, una histeria de tinta por nacer se me daba cuando leía un libro, por eso también creo que nunca pude terminar de leer casi nada, o tardar mil años en leer lo poco que leí, ya que cada vez que me proponía leer unas frases de Benedetti, Girondo y demás escritores, un cúmulo de inspiración me golpeaba las puertas y entonces era yo, ahora, el que se lanzaba sobre hojas en blanco, muchas veces ornamentadas con frases insulsas y otros tipos de incoherencias. Esto, creo, pudo haber sido de otra forma si desde un principio hubiese tenido el tupe de rayar con pensamientos, anotaciones respectivas a alguna frase, o simplemente el subrayado de alguna idea o aforisma que me gustara, alguno de mis libros.

Paralelamente esa tarde, en la que uno de mis libros había sido humillado con trazos azules y zigzagueantes, me obsequiaron dos nuevos libros de edición, con tapa dura, imágenes en colores y la mejor calidad en papel. Estos, ahora me revolvían las vísceras. Al verlos, asumí el gran valor monetario de aquellos libros; es que todavía no podía extirpar de mi, aquel entupido concepto conservador de que los libros no se rayan, se cuidan y se preservan.

Como los tome, los deje en la siniestra vitrina de los libros muertos.

Aquí viene lo que he querido contarles. Más tarde esa misma noche, como una señal inaudita de alguien o algo que reconocía mi histórica necesidad de rayar libros, me encontré con una vieja edición de El Informe de Brodie de Jorge Luis Borges.

La publicación era de los setenta y estaba algo descuidada. Arreglé un poco las tapas, lo encolé, y mientras lo recauchutaba sentía lo que debe haber sentido Gepeto cuando creaba a pinocho. Y de un momento a otro ahí estaba, nuevito de nuevo, listo para ser estudiado, leído, reflexionado. Pero sabia, había entendido que aquello no le concedería vida a aquel montaje de verbos y sustantivos.

Me contuve.

Me contuve un día o dos llevándolo en el bolso como un cadáver portátil al que se lo podía revivir en cualquier momento, en cualquier parada. Por cualquier causa lo único que se necesitaba era leer un fragmento y si de verdad, con verdadera sensatez ocurría, rayarlo… rayarlo escuchando unos violines de pájaros, con una sonrisa ilustre mirarle a los ojos. Como un hijo cuando nace.

Para calmarme había comprado doce pesos de caramelos de menta. Habitualmente fumo, pero respeto los espacios públicos.

Llegamos a Moreno, me faltaba mas de la mitad del viaje aún, cuando una mujer se sentó al lado mío en el asiento.

No había pasado mucho tiempo, es mas creo que el colectivo aún estaba estacionado en la parada, cuando la mujer desenfundó de un bolso de cuerina horrendo una revista de chimentos. Primeramente no le di importancia hasta que después de cuatro o cinco artículos que supe que leía, desenvainó una lapicera.

Me paralice inmediatamente, me recorrió un frío de cristal por las neuronas pegadas a la ventanilla.

La mujer sin ningún tipo de escrúpulos se puso a hacer un crucigrama.

Un sentimiento parecido al que sentí cuando me habían rayado mi libro me recorría ahora con más destiñe. Realmente sentía agonizar.

Un impulso de ira estiró mis brazos hacia la mochila, especie de tumba, que contenía la calavera exquisita de la literatura.

Respire profundo, comencé con “La Intrusa”, primer cuento de este libro, pero nada. Lastimosamente nada me promovía salvarlo de la vanidad de los libros muertos.
(la intrusa había sido la persona que me había rayado el libro, y mas tarde la mujer con el bolso horrendo que gozaba asquerosamente con su crucigrama).

Así me transporté hasta el cuarto cuento, para ser mas exactos,”El Encuentro”, así se llamaba. Lo leí todo, resignado, hostigado por la pereza de los acontecimientos.

Finalicé aquel texto y cerré el libro dejando el dedo índice dentro.

Desenvolví el decimotercer caramelo de mente y con esa frescura de la menta y la mente, puse en la hoja que tiene el titulo del cuarto cuento:” Me parece que Borges duda”.

Y sentí lo que creo que sintió el hada al convertir a Pinocho en un niño de carne y hueso.

El Agente Furtivo

1 comentario:

Betina Marazzo dijo...

Si estudias medicina, rayas libros, si estudias comunicación, rayas libros, si estudias matemática rayas libros, si estudias sistemas rayas libros, no te queda otro, hasta los que leen por leer rayan libros, necesitamos hacer pequeñas marquitas que nos lleven a un destino en la lectura.
Pero vos Lucas, vos no rayas vos escribis, por definitivamente ya hace rato sos un escritor.