lunes, 7 de julio de 2008

CREPUSCULAR

Púrpura, el horizonte golpeaba en la frente del hombre a caballo.
Debía llegar a destino antes de que el día se cerrara por completo.
Su único corazón se cerraba. En cada cerrojo que se atrancaba apretaba los dientes como si un puñal le estuviera asesinando por dentro.
Solo se escapaba una lágrima que no percibía rodar por su rostro, hasta verla rebotar en el lomo húmedo del animal.

Había huido la madrugada anterior con una botella de grapa, una bolsa de tabaco, la pipa, la cuchilla y lo puesto.


El rostro trotaba maléfico, al compás de un cuerpo que parecía no pertenecerle; como si cargara con décadas de infelicidad, de agotamiento.




Venía, deduzco, de una desdicha, de una desventura; de una de esas cosas que uno piensa que nunca le pasaran.
Se dirigía, presumo, hacia su único corazón, sabiendo que permanecería clausurado.
Y golpearía sus puertas al llegar. Trataría de violentar con las manos y los dientes cada cerradura, pero no tendría herramientas, no tendría fuerzas; estaría cansado.
Y se tiraría resignado, luego de haberse rendido frente a la amargura de su corazón tapiado.
Ahora más desdichado y más agotado saldrían más de una lágrima de sus ojos.
Entonces mirará a su caballo. Reconocerá en su mirada a un compañero sin reparo, que persigue desquiciadamente las sombras que persiguen los hombres.

Un sabor a vainilla le recorrerá los labios; pensará en la mujer, en los mortales, en la vida y, nuevamente, fijara sus ojos en los ojos frutales del animal y advertirá una profundidad marrón, y alucinará con las arterias que se enroscan en aquel simétrico cuello.
¿Quién sabe cuantos soles por la mitad se atascarán en el horizonte mientras ellos se estudian los rostros cernícalos, y se cuentan todo, absolutamente todo?

La grapa y el tabaco se habrán acabado y el hombre también.

El animal no percibirá que una lágrima rueda por su rostro inhumano hasta verla caer en el polvo de la tierra.
Los días, presumo, seguirán concluyendo en aquel horizonte. El caballo también.

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