Las palabras llegan agitadas, mirando hacia atrás, aterradas por el paso troncazo del tiempo que les viene persiguiendo el rastro desde el primer dialecto hablado.
Se arrojan, inmolándose, al cavernáculo vascular, como emigrando de ilegal hacia los transformismos y las decadencias de un miserable poeta, que mal que mal, las seguirá manteniendo vivas.
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